La primera vez que vi EL HOMBRE QUE PUDO REINAR era muy
joven y salí estupefacto, no me gusto absolutamente nada, salí aburrido,
aquello no era una película de aventuras al uso y por si fuera poco aquello
acaba fatal.
Años después la volví
a ver y esta vez me dejo alucinado, no podía ser de otra manera porque EL
HOMBRE QUE PUDO REINAR es una película grandiosa y el error esta en verla solo
como una película de aventuras, porque es mucho más que eso, es sobre la amistad,
sobre la lealtad, sobre los sueños y las ilusiones, sobre el espíritu
aventurero y sobre la dignidad.
John Huston nuevamente
nos cuenta la historia de dos soñadores que emprenden una aventura en busca de
riquezas y gloria, pero que después de
tenerla la pierden porque ni son reyes ni son dioses y lo único que les va a
quedar es la dignidad y su lealtad.
Película con bellos
paisajes y una interpretación de Michael Caine y Sean Connery deslumbrante. Con
una acción muy contenida y escenas largas, no es una película trepidante ni de
gran jolgorio mas bien apela a las emociones y a los sentimientos y consigue
que el espectador se conmueva con las aventuras de estos dos rufianes, eso sí
ingleses, que como ellos mismo dicen es lo más parecido a dios.
Basada en un relato corto de Kipling, Huston
la lleva a su terreno para describirnos unos personajes perdedores pero que
acaban siempre con su dignidad intacta y una lealtad inquebrantable. Obra
maestra.
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